Señal de Dios
16 de marzo 2016
Señal de Dios
Algunos de los fariseos y de los maestros de la ley le dijeron: «Maestro, queremos ver alguna señal milagrosa de parte tuya.» (Mateo 12.38 – NVI)
Era típico de los judíos pedir señales a aquellas personas que de alguna u otra forma se proclamaban mensajeros de Dios. Para ellos, una señal era algo sobrenatural. Contaban entre sí historias rabínicas que evidenciaban el tipo de Mesías que ellos esperaban. No concebían un Mesías sin señales. Muchos de ellos habían presenciado hechos milagrosos de Jesús, pero estos habían sido atribuidos a Satanás como la fuente de poder. Le dijeron a Jesús: «Maestro, deseamos ver alguna señal milagrosa de parte tuya». Era como si le dijeran, muestra tus credenciales. ¡Prueba que eres quien tú dices ser!
Querían ver a Dios en lo anormal y extraordinario. No eran capaces de ver a Dios en lo sencillo y común. La luz de un nuevo día, el aire que respiraban, la lluvia que refrescaba la tierra, no les decía nada de Dios. Habían acallado tanto su percepción de lo divino, que tenían frente a sus ojos al amor encarnado y no eran capaces de ver en el Señor al verdadero Mesías. Su legalismo era una venda que cubría sus ojos. El orgullo espiritual inundaba el corazón, y su apego a las tradiciones obstaculizaba un nuevo entendimiento de su concepto del Mesías.
¡Deseamos ver una señal! Ese era el reclamo de los judíos. Pero no verían una señal del tipo que ellos esperaban. Jesús era manso y humilde de corazón. Había evitado deliberadamente todo tipo de espectáculo. Cuando realizó milagros, los hizo en favor de las personas. En algunos casos, intervino para que la gente recibiera consolación, en otras, paz, y en otros derramó sobre la miseria del ser humano, la benevolencia del Altísimo. El servidor de todos los hombres estaba frente a ellos; listo a ser parte de la vida cotidiana de todos cuantos quisieran abrirle las puertas del corazón.
Oración:
Obrador de milagros y prodigios. Sé que eres capaz de crear nuevos mundos cada milésima de segundos. La luz más potente que el hombre pudiera conocer, no compara con el brillo de Tu esplendorosa presencia. Todo lo que mis ojos contemplan, me habla de Ti. El latido de mi corazón me recuerda la vida que has puesto en mi ser. Perdóname, por las veces que he dejado de verte en mi vida cotidiana y como los fariseos te he querido buscar en lo sobrenatural. Perdona mis exigencias y permite que pueda deleitarme cada día en Tu maravillosa compañía.
Autora: Rvda. Patria Rivera