Confianza en medio de la enfermedad- Pan de Vida: 1 de abril
Muy amados en el Señor, hay una estampa de nuestra niñez grabada en nuestra memoria y en el corazón de una manera profunda, como se marca el fuego sobre la piel. Pero esa cicatriz emocional es una invitación a esperar en un Dios que nos escucha, nos cuida y se mueve en el hogar.
Aunque ustedes no lo crean, fuimos delgados en nuestra juventud. En parte por ser hiperactivo y en parte por padecer de asma y otros problemas del sistema respiratorio. Recuerdo que vivíamos en San Germán y sufrí un fuerte ataque de asma. Fue un ataque violento y agudo. De repente, en un abrir y cerrar de ojos, dejé de respirar. En mi mente de niño pensé que estaba muriendo. Aunque desesperado, no me podía mover. Todo era en cámara lenta. Vi a mi padre acercarse y poner su mano sobre mi frente y clamar a Dios. En un instante, mis pulmones se abrieron, pude volver a respirar y me senté en la cama como si nada hubiese pasado. Pero algo maravilloso había pasado. Dios nos visitó en medio de la enfermedad.
Muchos años después, en Caracas, Venezuela, mi hijo Miguel Antonio, quien hoy es pastor, tuvo un episodio similar. Luego de orar con él y con mi esposa Norma, decidí llevarlo a un hospital. Pero en el elevador dejó de respirar, se tornó azul y en ese momento hice una de las oraciones más torpes de mi vida. Le dije al Señor que si Él salvaba a mi hijo, yo le serviría todos los días hasta el fin. Gracias a Dios que mis palabras no fueron escuchadas, sino que Dios entendió el sentir de mi súplica porque mucho antes de llegar al hospital ya nuestro hijo estaba perfectamente bien. La verdad es que luego le confesé al Señor dos cosas: 1) Que como quiera yo le voy a servir todos los días hasta el fin y 2) nuestro hijo le pertenece a Él, pues se lo dedicamos en el altar del Señor al mes de haber nacido.
No tengo duda de que Dios tiene poder para sanar nuestras enfermedades y no tengo duda de que Dios se introduce en la fibra íntima de nuestras familias y de nuestros hogares con su santa bendición. Hoy doy gloria a Dios y doy gracias al Señor que mi esposa, Norma Iris Álvarez Ojeda, con la ayuda y por la mano del Señor, ha superado los estragos del cáncer. El Señor es nuestro sanador. No solo sana nuestros cuerpos. Él engalana las relaciones filiares y las dota de gracia para unir y bendecir la convivencia en el hogar.
En el capítulo 8 del Evangelio Según Lucas se describe la situación de un padre llamado Jairo. Su nombre significa “el que Dios ilumina”. Definitivamente que Dios iluminó a este principal de la sinagoga. “Postrándose a los pies de Jesús, le rogaba que entrase en su casa; porque tenía una hija única, como de doce años, que se estaba muriendo”. Camino al hogar de Jairo se da el siguiente relato bíblico, en Lucas 8.43-48:
“Pero una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años y que había gastado en médicos todo cuanto tenía y por ninguno había podido ser curada, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto; y al instante se detuvo el flujo de su sangre. Entonces Jesús dijo: ¿Quién es el que me ha tocado? Y negando todos, dijo Pedro y los que con él estaban: Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado? Pero Jesús dijo: Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder de mí. Entonces, cuando la mujer vio que no había quedado oculta, vino temblando, y postrándose a sus pies, le declaró delante de todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo al instante había sido sanada. Y él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz”.
¿Estás enfermo o enferma? Acércate al Señor Jesús. ¿Te aterra el COVID-19? Acércate al Señor. ¿Estás sufriendo por la enfermedad de un ser querido? Permite que el Señor te ilumine, póstrate a los pies de tu Señor, confía en Él y Él hará.
Esta mujer tuvo una convicción de que Jesús podía sanarla. Su condición médica la hacía ritualmente impura. Para ella el santuario estaba cerrado. No tenía la oportunidad de entrar en el templo. ¡Qué bendición que Jesús no está encerrado! Caminó por los campos de Palestina en el tiempo de esta mujer y hoy transita por los caminos del dolor y de la necesidad.
Su condición médica había agotado sus finanzas y sus fuerzas, pero no su fe. Su condición médica, no solo la hacía a ella impura, hacía impuros a quienes tuviesen contacto con ella. La cuarentena de ella llevaba 12 años. Su enfermedad surgió cuando la niña de Jairo nació. La hija de Jairo estaba a punto de perder la vida y la mujer del flujo de sangre había perdido lo que para la niña era toda una vida.
En la mente de la mujer hubo una lucha interna. Tocar el borde del manto del Maestro era lo más que podría aspirar. Ningún rabino lo permitiría y su condición lo haría impuro. La fe y la confianza que tuvo en el Señor superó sus raciocinios y sus temores. Más fuerte y más grande que su enfermedad era el poder de Jesús. Lo que ella extendió fue su fe hacia el Señor y Dios extendió su mano eterna hacia ella y la tocó. Dios se glorificó y esa es su especialidad, hacerse grande en nuestra necesidad.
Para los amigos de Jairo, su hija de doce años falleció. Muchos han perecido abatidos por alguna enfermedad. Así lo perciben nuestros sentidos. Nuestra visión de la realidad tiene limitaciones. La visión de Dios no. Los límites de nuestra visión no determinan la expansión del universo. Lo que percibimos no es la totalidad de la realidad. Hay vida más allá de la muerte. La niña había muerto humanamente, pero no dejó de existir. El pasaje nos abre los ojos de la fe para entender que la vida que Jesús ofrece supera los linderos de lo temporal. Hay vida en Cristo. Sea que seamos sanados o que muramos, hay vida eterna para quien recibe a Jesús como su Señor y Salvador personal. Aunque había muerto, la niña se levantó ante el poder de la Palabra de Dios en labios de Jesús. Repito, en Jesús hay vida aún después de la muerte.
La Palabra de Dios nos enseña que hay motivos para la confianza en medio de la enfermedad. Ante los peligros inherentes a la actual pandemia, Inspírate en la Palabra de Dios, Ama como Cristo y Sirve en Espíritu y en Verdad. Que así te bendiga el Señor.
Rvdo. Miguel A. Morales Castro
Pastor General ICDCPR