Mansedumbre y justicia de Dios

3 de mayo de 2017

Números 11-12

«Entonces Moisés clamó a Jehová, diciendo: Te ruego, oh Dios, que la sanes ahora». Números 12.13 (RVR1960)

 

En un acercamiento reverente, «te ruego, oh Dios», y firme, «que la sanes ahora», Moisés clama a Dios por la condición de su hermana María.  La lepra cubrió el cuerpo que ya el celo y la envidia habían carcomido.  Camino a la promesa, se suman a un pueblo que recurre reiteradamente a la queja y a las murmuraciones, dos hermanos que se detienen a difamar a su otro hermano, «María y Aarón hablaron contra Moisés».  Y con preguntas que exhiben sus verdaderas intenciones, cuestionan desde la ambición velada la soberanía de Dios.

Cuánto duele la palabra animada por el celo y la envidia que persiguen de forma indiscriminada el descrédito y la deshonra.  Cuánto duele la acción animada por el ocio irreverente que mancilla la dignidad y el testimonio del otro.  Cuánto aún más cuando lo anterior se hace presente en palabras y acciones de aquellos con los que compartimos un pasado común, una misma sangre, vivimos en intimidad y nos hacemos vulnerables.

Como expresa la porción bíblica, «Y lo oyó Jehová» es la expresión que puntualiza el preámbulo a la acción de justicia que es propicia y no es indiferente.  «Descendió en la columna de la nube, y se puso a la puerta del tabernáculo» es la acción de la voluntad divina que precisa hacer lo que es necesario.  «Oíd ahora mis palabras» es el llamado impostergable a la acción de humildad que escucha y presta atención a Su voz.  Dios estableció su justicia y provocó a María y Aarón a conciencia, «porque locamente hemos actuado, y hemos pecado».

La manifestación visible de la reprensión divina se constituyó en razón de un pedido de misericordia, «no quede ella como el que nace muerto».  Y se hizo evidente lo que Jehová declaró sobre Moisés: «mi siervo… que es fiel en toda mi casa».  Moisés, que era «muy manso, más que todos los hombres que había sobre toda la tierra», se levantó en clamor y ruego ante Aquel que prometió hablar con él «cara a cara».  Lo que comenzó con una murmuración entre hermanos, suscitó la intervención divina en defensa de su siervo, quien calló al igual que Cristo «cuando lo maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente».

Oración

Señor, que el agravio del otro siempre encuentre en nosotros oposición de mansedumbre.  En el Nombre de Aquel que es Camino, Verdad y Vida; Jesucristo el Señor.  Amén.