El Fruto de la Esperanza- Pan de Vida: 7 de abril
“Por la mañana, volviendo a la ciudad, tuvo hambre. Y viendo una higuera cerca del camino, vino a ella, y no halló nada en ella, sino hojas solamente; y le dijo: Nunca jamás nazca de ti fruto. Y luego se secó la higuera. Viendo esto los discípulos, decían maravillados: ¿Cómo es que se secó en seguida la higuera? Respondiendo Jesús, les dijo: De cierto os digo, que si tuviereis fe, y no dudareis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que si a este monte dijereis: Quítate y échate en el mar, será hecho. Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis”. Mateo 21.18–22.
Muy amados en el Señor, seguimos en nuestro recorrido de algunos de los pasajes que nos describen algo de lo que nuestro Señor y Salvador Jesucristo vivió en la Semana en que conquistó nuestra esperanza. Dando continuación al pasaje de ayer, al otro día de Jesús haber devuelto el templo a su estado original como Casa de Oración, por la mañana, volviendo a la ciudad, tuvo hambre. He ahí la realidad del Hijo del Hombre, el Verbo hecho carne. No era un fantasma como algunos fanáticos quisieron señalar. Era un ser humano de carne y hueso, con necesidades básicas como el alimento. A Jesús le daba hambre. Esa no era su única necesidad. Ni siquiera era su mayor necesidad. Su mayor necesidad era cumplir la voluntad del Padre Celestial. Si para alcanzarla tenía que adentrarse en un desierto y no comer por cuarenta días, que así fuese. Porque no solo de pan vivirá el hombre. Pero Jesús experimentó cansancio, hambre y dolor, como cualquiera de nosotros. Y ese día tenía hambre. Llegó frente a una muy frondosa higuera. Tenía señales de salud la higuera. Tenía hojas, pero era como algunas personas de las cuales decimos que son capota y pintura nada más. Como algunas personas que por llevar la Biblia debajo del brazo se creen cristianos, aunque no hay frutos. Así son las higueras que solo tienen hojas.
En cierta forma se hace un paralelo de la higuera sin frutos con el santuario y con el pueblo de Israel. Sus tradiciones, vestiduras religiosas y todos los aparejos del santuario eran ante Dios como una higuera sin frutos. No había frutos porque sin el poder de Dios solo eran otra religión. Que yo sepa, la verdadera religión no es como las demás religiones. El Evangelio de Jesucristo es “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá”. Un santuario sin oración fácilmente se puede convertir en cueva de ladrones. No satisface el hambre y la necesidad de las personas que acuden buscando a Dios. No nos vincula de manera vital con el Creador. No llena la necesidad de todo ser humano creado a imagen y semejanza de Dios de tener comunión con Dios y con sus prójimos. Solo son hojas sin frutos.
Jesús le muestra a sus discípulos lo que ocurre cuando dejamos de dar frutos. Señal de que nos hemos despegado de la fuente de nuestra esperanza: nos secamos. Para el santuario, dejar de dar frutos dignos de justicia, dejar de satisfacer el hambre del pueblo, es lo mismo que secarse. Por el contrario, la oración abre las ventanas de los cielos en bendición.
Jesús les dijo: “De cierto os digo, que si tuviereis fe, y no dudareis, no solo haréis esto de la higuera, sino que si a este monte dijereis: Quítate y échate en el mar, será hecho. Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis”. La oración tiene poder. Desde el Monte de los Olivos se podía divisar el Mar Muerto. Cualquier judío escuchaba desde su niñez lo prometido en Zacarías: “Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente; y el monte de los Olivos se partirá por en medio, hacia el oriente y hacia el occidente, haciendo un valle muy grande; y la mitad del monte se apartará hacia el norte, y la otra mitad hacia el sur” (Zacarías 14.4). Dios desea que tengamos fe en su Palabra porque ella es fiel y se cumplirá. No hay nada en la Palabra que no nos inspire a creer que Dios nos visita, nos toca y nos transforma con su poder. También toca la manera en que nos relacionamos los unos a los otros. Este pasaje tiene su paralelo en el Evangelio Según Marcos. Allí culmina de la siguiente manera: “Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá. Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas” (Marcos 11.24–26).
Hay un fruto de la vida cristiana que amerita que un monte de malos recuerdos sea echado en lo profundo de la mar. Ese fruto es el perdón. Todo lo que celebramos esta semana apunta a este fruto de nuestra esperanza, el perdón. Todo lo que Jesús hizo esta semana fue para pagar el precio de nuestro perdón. El templo con sus ceremonias nunca lo pudo alcanzar. El fruto del perdón floreció en la Cruz del Calvario. Se hizo patente con las palabras del Maestro: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. No fueron hojas, sino que hubo un fruto que nos llena de esperanza.
No te enfoques en las hojas que nos rodean y que a veces nos llenan de confusión. Pon tu mirada en quien nos enseñó a orar diciendo: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén” (Mateo 6.9–13).
Inspírate en la Palabra de Dios, Ama como Cristo, Sirve en Espíritu y en Verdad. Que así nos bendiga el Dios de nuestro perdón y esperanza.
Rvdo. Miguel A. Morales Castro
Pastor General ICDCPR