El Evangelio de la Paz
Muy amados en el Señor, ¿cuántos de ustedes tienen pies hermosos?
Generalmente, los pies no son el lado bonito de la mayoría de las personas. De hecho, para muchos, es la parte más fea de nuestro cuerpo. Pero hay en la Escritura un verso en Romanos, que se inspira de un texto más antiguo, tomado de Isaías y compartido con Nahúm. Fue inspirado por Dios en tiempos de grandes retos, cuando le tocaba al pueblo de Dios reconstruir el país. El texto dice: “¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!”
En tiempos de grandes retos, cuando hace falta que el país se reconstruya, los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas, son hermosos.
Había muchas razones para deprimirse en los tiempos de Isaías. Muchas injusticias, un país destruido, falta de recursos. Pero Dios levantó sobre aquella tierra, desde sus montes, personas que irradiaban la gloria del Dios que sana, salva, restaura y transforma la experiencia humana. Hasta sus pies eran hermosos.
Nosotros somos embajadores en nombre de Cristo ante el mundo, heraldos de un evangelio que trae paz. Ese fue el anuncio angelical que iluminó aquella noche en Palestina hace 2,000 años y que todavía irradia fe y esperanza al mundo entero: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” La paz está en el DNA del evangelio y un evangelio sin paz no es evangelio. De hecho, el evangelio de Jesucristo es llamado “el evangelio de la paz” en Hechos 16:36.
Lo que Jesús dijo a sus discípulos al despedirse de ellos: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”, no son meras palabras. Es algo sobrenatural que nos inspira a cantar “Paz, paz, cuán dulce paz, es aquella que el Padre nos da. Yo le ruego que inunde por siempre mi ser, en sus hondas de amor celestial.” Esta paz se asocia a la presencia gloriosa del Espíritu Santo en la vida de Su pueblo, más que a cosas materiales y pasajeras. Por ello, el Nuevo Testamento aclara: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.” Y también se nos dice: “Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz.” Y “porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.”
Como pueblo de Dios, somos llamados a proclamar y ser agentes de una paz que primero encarna en nuestros corazones y echa raíces en nuestra propia existencia, para luego extenderse como agente de cambio a toda la sociedad. Si ha habido un momento en la historia de nuestro pueblo en que esa paz es necesaria, es en el día de hoy. No tenerla nos puede llevar a una crisis emocional. Es por ello que, como pastor y creyente del evangelio de paz, quiero ofrecerles con mucho respeto tres sencillos consejos.
- Oremos por la paz.
Puerto Rico vive un momento particularmente delicado, provocado por la búsqueda del balance en los diversos centros del poder político y económico y por su grave condición financiera. El ciudadano que observa dicho fenómeno puede cargarse, irritarse y, hasta lo que es peor, ser arrastrado al odio, la frustración y la inacción. La acción del creyente se inicia como fruto de la oración, que nos lleva a una acción dirigida a la reconciliación, a los valores del Reino de los Cielos y a la paz.
Oremos por la paz de nuestro país.
- Haz de tu casa un centro de la paz de Dios
Proverbios 17:1 dice: “Mejor es un bocado seco, y en paz, que casa de contiendas llena de provisiones.” La paz empieza en tu corazón y con los tuyos. Ora por la paz, vive la paz y luego podrás llevarla por doquier.
- Vive y proclama la paz
Hace unos años atrás un residente de Teen Challenge fue destacado a servir en Casa Vida, una institución que atendía a pacientes terminales de SIDA. Este residente en particular trataba de superar los errores del pasado y solo había un área sin vencer. No podía perdonar a quien mató a su hermano y quien también lo traicionó. Había superado las drogas, sentía que amaba a Dios, pero aun soñaba con matar a aquel hombre. Aun así, fue a Casa Vida a dar lo mejor de sí. Un día le pidieron que ayudara a bajar a un paciente que llegaba en ambulancia. ¡Qué sorpresa! Era su antiguo enemigo, puesto en bandeja de plata para la venganza. Lo que jamás este hombre pensó que sucedería es que, al ver su rostro, lo que veía era el rostro de su hermano muerto superpuesto sobre el rostro del enemigo. Dios estaba haciendo un milagro. En los días por venir, este hombre era quien bañaba, afeitaba, peinaba y vestía a su antiguo enemigo. Todos los días oraba por él, hasta el momento en que Cristo lo llevó a su presencia. Efesios 2 dice: “14Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, 15aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, 16y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. 17Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; 18porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.” Somos el pueblo de Dios, un pueblo que vive en el poder del amor de Dios y que ora por y espera milagros. Ora, vive y proclama que en Cristo hay buenas nuevas de paz para todo Puerto Rico.
El día que Roberto De La Paz, a quien pastoree en Buena Vista, tuvo esa intervención milagrosa en su vida, muchas malas noticias inundaban los medios noticiosos. Él mismo no tenía trabajo y tenía un expediente criminal en su contra. Pero recibió una Buena Noticia del cielo. La persona que él quería matar, no era ya su enemigo, era su hermano. Se fue el odio destructor de relaciones humanas, y el vacío del alma fue inundado de consuelo. Dios se le metió en la vida, y cuando Dios se introduce en el alma, las cosas cambian. La Buena Noticia se da en medio de las crisis. Nos cambian primero por dentro, y después nos ayudan a cambiar lo de afuera. La paz de Dios cambia perspectivas. Reconstruye relaciones fragmentadas. Hay perspectivas que polarizan, pero la Buena Nueva nos brinda la perspectiva del cielo, que nos hermana y nos invita a la paz de Cristo. Que así nos ayude Dios.