De lo común, a lo santo

8 de abril de 2017

Éxodo 30.17 – 32.35

«Así los consagrarás, y serán cosas santísimas» Éxodo 30.29 (RV1960)

 

En Israel y las comunidades circundantes, el aceite era un bien de mucho valor.  Era muy común que este se mezclara con especias aromáticas muy costosas y, entre otros usos, servía para cocinar, suavizar la piel del caminante, como combustible para las lámparas y sanar heridas.  Además, el aceite era muy usado para propósitos religiosos.

 

En el ámbito religioso el acto de verter aceite sobre una persona u objeto era conocido como “ungir”.  La persona u objeto que recibía la “unción” se consideraba “santa”, consagrada.  De esta manera se restringía a la persona ungida a una labor específica, como por ejemplo los sacerdotes, o, al objeto ungido, a un uso específico, el servicio a Dios.

 

Dios le dio a Moisés instrucciones específicas en cuanto a todo lo relacionado al Tabernáculo.  Estas instrucciones incluyeron el diseño, medidas, materiales y construcción en sí del que sería el nuevo lugar de adoración.  Moisés obedeció en todo.  Sin embargo, lo que haría que el Tabernáculo fuera un lugar especial, no eran sus medidas ni los materiales con los cuales se había construido, sino el hecho de que sería consagrado a Dios con el aceite de la “Santa Unción”.  Todo lo ungido con aquel aceite único, especialmente confeccionado según Dios lo había ordenado, se constituía en algo “santo”, cuyo único uso o propósito debía ser el servicio al Señor.

 

Cada uno de nosotros, fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios, pero fuimos marcados por la vida y por el pecado.  Caminábamos errantes, sin dirección o propósito.  Mas al entrar en nuestros corazones Cristo el Señor, fuimos sellados, ungidos, separados para vivir de una manera distinta.  Ya no caminamos sin rumbo, no nos guían las “corrientes” del mundo, tenemos un propósito claro, una esperanza, pertenecemos al Señor y hemos sido santificados para vivir en Su voluntad y engrandecer Su nombre.

 

Oración: Amado Dios.  Gracias, porque no tomando en cuenta nuestras faltas redimiste nuestras vidas y nos diste un nuevo propósito.  Es tan grande Tu amor, que viste en nosotros posibilidades y nos llenaste de Tu presencia, aunque nos habíamos alejado de Ti.  Te pedimos, que nos ayudes a vivir vidas santas, a engrandecer Tu nombre en todo lo que hagamos y que, con nuestras vidas, podamos honrarte cada día.  En el nombre de Jesús.  Amén.