“¡En la frontera!”
14 de diciembre de 2016
“Si enseñas la verdad a los miembros de la iglesia, serás un buen servidor de Jesucristo. No prestes atención a historias falsas, que la gente inventa. Más bien, esfuérzate por ser un buen discípulo de Jesucristo”. 1 Timoteo 4.6a, 7 (TLA)
Encontrar o descubrir algo preciado, tiende a despertar en nosotros un interés o un celo por evitar que otros puedan echarlo a perder. En tiempos de efervescencia artística, era común que las obras encargadas a los más prestigiosos e importantes escultores de la época fueran expuestas de forma permanente en las plazas, iglesias y edificios públicos con acceso para todos. Quienes encargaban las obras, lo hacían de esa manera porque, entre otras cosas, querían dar un mensaje. Con el pasar del tiempo, muchas de esas obras fueron remplazadas por réplicas, ya que su fácil acceso les hacía vulnerables ante la amenaza de ser comprometidas en su integridad por algunos, que lo hicieron por ocio o lucro personal, u otros, por desprecio o rechazo al mensaje que se quiso articular por medio de la expresión del artista.
Recuerdo que una vez, sentado junto a un grupo de hermanos en las escaleras a la entrada del templo, mientras esperábamos por otros que atendían las reuniones y ensayos, un hombre con aspecto desalineado, un tono de voz inadecuado y con un insoportable hedor, se acercaba en nuestra dirección. Mientras más cerca, hicimos silencio. Cambiamos de postura y nos miramos turbados y perdidos. Él nos ignoró en su paso firme y muy resuelto se adentró a los atrios del templo. De inmediato, movido por un celo insensible, traté de hablar con él buscando disuadirle en su intención, pero ¡Dios le acogió!, y frente al altar, de rodillas se postró. De su interior brotó el quebranto y en una oración de palabras sencillas, pero con un dolor profundo, lloraba la muerte de su hijo.
La iglesia de los primeros siglos vivió el privilegio de ser el recipiente sobre el cual fue depositado la preciosa semilla del Evangelio. Ese gran tesoro del mensaje de Dios en Jesucristo y compartido gracias al poder del Espíritu Santo, pudo haber despertado en algunos ese celo por evitar que otras corrientes de pensamiento lo echaran a perder (“no prestes atención a historias falsas, que la gente inventa”). Ante la tentación de ser multitud que impide y no iglesia que invita. Ante la tendencia a encerrar los originales y solo ofrecer réplicas. El apóstol Pablo enseña a Timoteo “Si enseñas la verdad a los miembros de la iglesia, serás un buen servidor de Jesucristo”. En tiempo de Adviento, de esa espera activa de la encarnación de Dios en el niño y la certeza de su posterior entrega y resurrección para vida, aprendamos a vivir en la frontera que invita al camino que lleva al encuentro con el Altísimo, en ese esfuerzo “por ser un buen discípulo de Jesucristo”.
Oración
Señor, ayúdanos a ser iglesia y no multitud. Ayúdanos a vivir en frontera con sensibilidad y seguridad para hacer puentes con los otros, nunca muros. En el nombre de Aquel que es Camino, Verdad y Vida. Jesucristo el Señor. ¡Amén!
Autor: David Cortés