Honra en la vergüenza
10 de febrero de 2017
«Yo reprendo y corrijo a los que amo… Yo estoy a la puerta, y llamo; si oyes mi voz y me abres, entraré en tu casa y cenaré contigo». (Apocalipsis 3.19a, 20)
La escena es vergonzosa. «Pues tú dices que eres rico, que te ha ido muy bien y que no necesitas de nada. Pero no te das cuenta de que eres un pobre ciego, desdichado y miserable, y que estás desnudo». «Si no quieres pasar la vergüenza de estar desnudo, acepta la ropa blanca que te doy hoy, para que te cubras con ella, y las gotas medicinales para tus ojos. Solo así podrás ver».
Hay circunstancias en que el sin sentido nos gobierna y actuamos desde la ceguera. En ocasiones, celebramos un cumpleaños y tiene más atención los pendientes que el homenajeado. Algunos en vacaciones trabajan y en el trabajo descansan. En ocasión de otra celebración, aunque algo hemos aprendido, todavía no está superado que en el día de las madres y los padres ellos tengan mayor provecho. En tiempo reciente de Navidad, ¿a cuántos los días no fueron suficientes para puntualizar sobre el mérito? ¿Has pensado en cuántos mensajes en plataformas sociales han sido compartidos, los has leído, no iban dirigidos a ti, pero más allá, el destinatario no tenía opción para leerlo? ¿Cuánto de lo que hacemos no tiene sentido?
Cosas como estas son más frecuentes de lo que estaríamos dispuestos a conceder. En la ilustración a la Iglesia de Loadicea «el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios» está fuera de la casa, «Yo estoy a tu puerta». Mientras que los que han sobrevalorado su realidad de desnudez están dentro de la casa pensando que todo anda bien y que no tienen necesidad de nada. ¡Qué equivocados vivimos! Cuando nuestros referentes de vida son contrarios a los principios del Reino de Dios, caminamos como los pretenciosos que ofrecen respuestas a todo y, después de todo, no somos más que pobres de visión, desdichados, miserables e inconscientes de nuestra desnudez.
Pero la vergüenza de la escena tiene oportunidad de honra, pues Él dice: «Yo reprendo y corrijo a los que amo». Él viene en Su amor, a hacernos conscientes del sin sentido que nos gobierna. En la Iglesia Él no puede estar afuera. No puede haber programa, actividades, esfuerzos, proyectos, cena, si Él no está presente. «Si Cristo no ha resucitado” en nosotros «vana es entonces nuestra predicación, y vana también nuestra fe». Hoy, Quien hemos dejado afuera nos invita a invitarle. «Yo estoy a la puerta, y llamo; si oyes mi voz y me abres, entraré en tu casa y cenaré contigo». Nos ofrece una vestidura nueva, «para que te cubras con ella» y sanidad a nuestros ojos. «Solo así podrás ver». ¿Le abrirás la puerta?
Oración
Señor, perdona nuestra altivez, que se traduce en autosuficiencia. Ven a nuestro auxilio en Tu amor y haz morada en nuestro corazón. En el nombre de Aquel que es Camino, Verdad y Vida. Jesucristo el Señor. Amén.
Autor: David Cortés