Reflexiones de Elena Huegel Coordinadora de Retoños en las ruinas: Esperanza en el trauma San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México 

 

Creo que uno nunca olvida la hora y la fecha cuando ha vivido algo así. A casi una semana del terremoto en Puerto Rico, anoche me senté con mi bitácora de vida y me puse a pensar en qué les diría si yo estuviera allí. Además de escuchar, acompañar y ser testigo del dolor y la incertidumbre, ¿qué palabras ocuparía para traer esperanza a la gente querida que sigue en medio del desastre mientras que el resto del mundo ya se va olvidando de la noticia? Estas son algunas de las cosas que hubiera querido que me explicaran en las semanas y meses después del terremoto en Chile, o que, al mirar para atrás a lo largo de estos diez años, aprendí, gracias al haber sobrevivido ese evento que cambió el rumbo de mi vida.

 

Va a seguir temblando: Las réplicas después de un evento telúrico continúan y continuarán. En Chile, siguió temblando en la misma zona de los dos terremotos originales por más de un año y en Oaxaca, México, pasó lo mismo. Al vivir en una zona sísmica, hay que aprender a convivir con los temblores. Hay que preparar y probar planes de evacuación, estrategias de auto-cuidado y cuidado comunitario, espacios seguros, tanto físicos como emocionales, y adiestrarnos mental y físicamente para reaccionar y tranquilizarnos. Entre más pronto comenzamos a organizar cómo vamos a mitigar los resultados del movimiento telúrico, más pronto vamos a poder enfrentarlos en formas constructivas y seguras.

 

El cuerpo lleva la cuenta: Este es el título de un importante libro sobre el trauma escrito por Bessel van der Kolk. Yo reconozco que mi cuerpo recuerda la sensación y el sonido del terremoto e identifica ciertas sensaciones y sonidos como peligrosos, poniéndome en alerta mucho antes que mi razón tiene tiempo de procesar la información. Los sonidos y las sensaciones del terremoto quedan grabadas en forma permanente, y aun 10 años más tarde, soy mucho más sensible de lo que era antes a la sensación de mareo o inestabilidad del vaivén de un temblor y a ciertos sonidos retumbantes. Sin embargo, con la práctica de estar más consciente de las sensaciones de mi cuerpo, puedo enganchar más rápidamente la parte racional de mi cerebro e iniciar ejercicios, actividades o auto-conversaciones reductoras de ansiedad. En vez de entrar en pánico cada vez que mi cuerpo percibe el peligro de un temblor, ahora puedo mitigar las reacciones iniciales con acciones tranquilizadoras que me permiten pensar en lo que debo hacer en una forma más calculada y racional.

 

• Un trauma colectivo afecta las relaciones: Las relaciones humanas cambian gracias a eventos traumáticos en formas que podemos interpretar, según donde estamos parados, como «positivas» o «negativas». Tengo una amiga quien, gracias a haber sobrevivido el terremoto, se atrevió a decir y hacer cosas que nunca antes se había atrevido. Fue muy difícil para su familia y amigos acostumbrarse a esta «nueva» persona más capaz de confrontar, exigir y velar por sus propias necesidades. También hay personas quienes antes eran fuertes o alegres y ahora se ven derrotadas y necesitarán nuestro cuidado y apoyo. Hay que prepararse para mantener la curiosidad, explorar y aceptar que puede que como nos relacionábamos antes no será como nos relacionaremos en el futuro.

 

• Dios no se enoja si le cuestionamos: «Si tú, Dios, eres el creador de todo y la tierra está en tus manos y nos amas profundamente, ¿por qué permitiste que hubiera un terremoto que causara tanto daño y dolor?». Yo le hice esta pregunta a Dios, pero en vez de cerrar mi corazón a su respuesta, sentí que el terremoto me lo abrió. Antes del terremoto en Chile, los animales del bosque donde yo vivía estaban actuando de forma extraña. El zorro, normalmente esquivo, se acercó tres veces pausando como tratando de darme un mensaje. Los colibríes, íntimos amigos míos, estaban más ajetreados de lo normal. ¿Si yo tuviese una educación más acorde con la creación de Dios, hubiera sido más capaz de reconocer estas señales como avisos que algo iba a pasar? La gente de campo y los pescadores en Chile me aconsejaban, desde las primeras semanas después de que llegué al país: «Si estás en una casa de adobe en un temblor, sal inmediatamente. Si estás en la playa y hay un temblor donde no te puedes poner de pie, busca tierra alta inmediatamente. Si se recoge el mar, después tiene que volver con
el doble de fuerza». Esta sabiduría viene de convivir con la tierra que tiembla. ¿Por qué nos hacen tanto daño los terremotos y los tsunamis hoy en día? Porque nos hemos distanciado de la tierra donde vivimos, hemos construido en lugares y en formas que no son aptas. El privilegio que tuve de sobrevivir un terremoto, fue también el privilegio de conocer las fuerzas naturales que forman las montañas, crean los valles y mueven los continentes. El terremoto es parte de esta maravillosa creación igual como lo es el zorro o el colibrí. Dios no tiene la culpa del daño causado por el terremoto; lo tenemos los seres humanos quienes hemos perdido la sintonía con su creación. Esta pérdida de una conexión digna, justa, y que nutre una vida plena para todos, seres humanos no importando su condición, animales, plantas y hasta insectos, tiene un nombre teológico. Se llama pecado. ¿Cuáles son las preguntas que tú le quieres hacer a Dios después del terremoto? ¡Pregunta y prepárate para aprender!

 

• Está bien adquirir nuevos hábitos, pero hay que revisarlos con consciencia: Diez años después del terremoto en Chile, no importa si estoy en mi casa o de viaje en alguna parte, pongo mis zapatos al alcance de la cama, duermo con ropa de cama con la cual puedo salir de la casa y dejo una linterna donde la puedo alcanzar. Siempre dejo, ya sea mi mochila de emergencia o mi bolso de viaje, listo en un lugar donde lo puedo alcanzar fácilmente. No hacía ninguna de estas cosas antes del terremoto. Estos son algunos de los hábitos permanentes que adquirí con el terremoto, pero hay otros que fui dejando. Por ejemplo, después del terremoto, comencé a contar las horas que dormía para asegurarme en plena emergencia de que estaba durmiendo lo suficiente. Aprendí a valorar y cuidar mis horas de sueño, pero ya no cuento las horas todas las mañanas. Hay que aprovechar los aprendizajes de la emergencia para estar mejor preparados para otras emergencias que vendrán, analizando con cuidado lo que lógicamente nos hace bien y poco a poco soltando lo que ya no nos sirve.

 

• El trauma colectivo desenmascara traumas anteriores: Cuando comencé a acompañar a individuos y comunidades después del terremoto en Chile, encontré que el espacio seguro que creamos para conversar del trauma reciente permitió que contáramos las historias anteriores de trauma de nuestras familias, comunidades y país. Salieron muchas historias de eventos dolorosos ocurridos durante la dictadura que nunca antes se habían expuesto. El trauma compartido del terremoto permitió, con una facilitación sensible y atento a mantener un espacio seguro, que personas de diferentes visiones políticas y trasfondos sociales hablaran abierta y honestamente de sus experiencias. El terremoto se convirtió, para aquellos que se atrevieron a aceptar el desafío, en una oportunidad para sanar traumas anteriores.

 

• No podrás cuidar a otros si no te cuidas a ti misma: Este es un largo maratón, no una carrera de 100 metros. Para que todos lleguemos a la meta, necesitamos hacernos cargo de nuestro auto-cuidado, especialmente en las cosas básicas. Yo aprendí que necesito tomar suficiente agua, dormir las horas adecuadas, comer comida saludable, tener una rutina de ejercicio y aseo personal, recrearme un poco todos los días ya sea leyendo, jugando o caminando y atender mi vida espiritual para mantener mi vitalidad a largo plazo. Al año después del terremoto en Chile, hicimos una encuesta informal del cuerpo pastoral de la Iglesia Pentecostal de Chile. Descubrimos que la mayoría de los pastores reportaban haber descuidado su salud física, emocional, espiritual y familiar y también que esto ahora se manifestaba en enfermedades relacionadas al estrés prolongado: diabetes, hipertensión y úlceras entre otras.

 

• Ten cuidado lo que ves y lo que escuchas: En Chile, después del terremoto, volaban todo tipo de rumores. «Dicen que la próxima semana va a haber uno más grande». «Escuché que ahora va a haber tsunami». Aprendí a tener mucho cuidado de lo que veía y escuchaba, aun en las noticias. También aprendí a no mirar imágenes que me volvían a abrir heridas que se estaban cerrando. Aprendí a no «pegarme» al internet, la radio o la televisión, buscando absorber cada migaja de información. Buscaba la información más fidedigna que podía, adecuada para mantenerme en oración y atenta a las necesidades, pero luego pasaba mi tiempo buscando cómo cuidar de mí misma o ayudar a otros con acciones concretas lejos de las redes sociales o los medios de comunicación. Admito que, hasta hoy día, al escuchar la noticia del terremoto en Puerto Rico, he tenido cuidado de no mirar todas las fotos. Yo sé cómo se ve, ya lo he visto. Más bien me he esforzado en comunicarme con las personas, en estar atenta a lo que pueda hacer para ayudar, animar y acompañar a otros, y en estar orando, porque eso me tranquiliza a mí, además de que transforma, en esa misteriosa manera que no entendemos exactamente, las situaciones de crisis. Pero trato de tener cuidado de no alimentar mi trauma con más imágenes de dolor y angustia.

 

• Una de las mejores formas de mitigar el estrés, es ayudar a otros: Aprendí, que a la misma vez que tenía que cuidar de mí misma, el hacer por los demás me ayudó a sentir esperanza y a luchar contra la impotencia en medio de la magnitud del desastre. Aunque sea en formas pequeñas, busca hacer algo para ayudar a otras personas, no solamente inmediatamente después del desastre, pero a largo plazo. Yo comencé compartiendo agua con mis vecinos (estuvimos semanas sin agua y luz). Luego, entre tantas necesidades, escogí una comunidad afectada y la acompañé con comida, tiendas de campañas, más agua y mi presencia y capacidad de escuchar. Seguí visitando esa comunidad hasta por dos años después del terremoto, finalmente ayudando a reconstruir casas, abriendo espacios recreativos para niños y niñas, y participando en peñas musicales y cultos especiales. Yo estaba en una posición privilegiada en la Iglesia donde pude ayudar a muchas personas, pero el acompañar a esta comunidad de cerca durante todo el proceso fue un elemento esencial en mi propia recuperación y resiliencia.

 

• Hay crecimiento postraumático y Dios puede convertir este desastre en bendición si lo permitimos: Si alguien me hubiera dicho en las horas y semanas después del terremoto en Chile que esta experiencia se iba a convertir en una de las fortalezas de mi vida y en bendición para muchas personas en diferentes países, yo no lo hubiera creído. Este evento en mi vida me permitió aprender a cuidar mejor de mí misma y a animarme a indagar en cosas que antes no me atrevía. Me permitió acompañar a otros en su propio dolor, y a abrir espacios seguros para que sanen individuos y comunidades. No soy psicóloga ni terapeuta, pero he descubierto que el regalo del acompañamiento, el proceso del sanador herido, puede ser la clave en la resiliencia y el crecimiento postraumático de una persona o comunidad.

Cuatro Pilares para Sanar del Trauma

• RUTINA: Mantenga una rutina diaria, aunque tenga que inventar una rutina diferente a la acostumbrada. Levántese a la misma hora, más o menos, y acuéstese a la misma hora todos los días. Si algún trabajo que debe hacer le sobrepasa, programe pausas frecuentes con descansos u otras actividades. Trate de incluir el ejercicio y la buena alimentación en horarios regulares dentro de su rutina diaria.

 

• MOMENTOS ESPIRITUALES: Incluya pequeños momentos espirituales durante el día. Por ejemplo, lea un salmo cada mañana cuando se levante y después diga en voz alta todas las cosas por las cuales está agradecido. En la noche, lea un texto de uno de los Evangelios y entregue al Señor todas sus preocupaciones o motivos de intercesión. Puede escoger dos himnos, uno para cantar en la mañana y otro para cantar en la noche. Sería de mucha ayuda si su familia entera pudiese participar en estos momentos espirituales.

 

• PERSONAS: Tómese el tiempo para estar o comunicarse con las personas quienes les son de apoyo. Ir al culto o salir a visitar y saludar a los hermanos y a las hermanas puede ser de gran ayuda en momentos como estos.

 

• LUGARES: Visite los lugares que le reconfortan o le renuevan (Iglesia, casa de un familiar, parque, alameda, etc.). Prepárese para vivir la experiencia del luto o duelo ante los lugares importantes que han sido afectados y que, en las próximas semanas o meses, se irán demoliendo. Permítase vivir el proceso del duelo y busque ayuda si se siente que no está pudiendo seguir caminando paso a paso por este difícil sendero.