Alegría

22 de junio de 2017

1 Samuel 1-2

«Halle tu sierva gracia delante de tus ojos — respondió ella. Se fue la mujer por su camino, comió, y no estuvo más triste…  Aconteció, que al cumplirse el tiempo, después de haber concebido Ana, dio a luz un hijo, y le puso por nombre Samuel, ‘por cuanto –dijo– se lo pedí a Jehová’».  1 Samuel 1.18-20

 

El libro de 1ra de Samuel comienza con el milagro de Dios de dar un hijo a una mujer estéril (como Sara y Raquel) llamada Ana, una mujer triste, angustiada, atribulada, afligida y llena de amargura del alma por su esterilidad (1Sa 1.6, 8, 10, 15 y 16).  No solamente se sentía así por las exigencias de la sociedad patriarcal y el entendimiento de que ser estéril era considerado por su pueblo como una maldición, también estaba Penina, su rival, que diariamente se burlaba de ella (1Sa 1.6).

Ana decide ir al templo con su familia a orar y allí derrama su corazón al Señor.  El sacerdote Elí la cree borracha y se lo expresa, pero ella dice… “No tengas a tu sierva por una mujer impía, porque solo por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he estado hablando hasta ahora”(1 Sa 1.16).  Elí lo entiende y le da palabras de paz y el deseo de que Jehová otorgue la petición hecha.  Lo maravilloso de ello es que Ana, siendo todavía estéril sale del tabernáculo con una nueva actitud y “no estuvo más triste” (1Sa 1.18b).  Ella había orado a Dios, confiaba en Él y sentía Su paz.  El resto es historia, Dios hizo el milagro, le dio a su hijo Samuel.  Como ella prometió, lo dedicó a Jehová y se quedó en el tabernáculo sirviendo a Dios.  Samuel sería el último juez de Israel, sacerdote y profeta; él ayudaría a instituir en su momento la monarquía.  Ana “echó su carga sobre Dios sabiendo que Él tendría cuidado de ella”.

Hoy sabemos que la maternidad es una cosa y el valor del ser humano es otra.  Cada ser humano tiene gran valor por ser hecho a imagen y semejanza de Dios.  Pero como Ana, que bueno es ir en oración a Dios en medio de la necesidad, Él siempre está dispuesto a escucharnos y responde a la misma conforme a Su voluntad.  No descuidemos la oración, estemos siempre conectados con el Dios que, en su tiempo, cambia el lloro en alegría (Sal 30.5).

Oración

Dios eterno, Tú que cambias el lamento en baile vistiéndonos de alegría, Te pedimos que no permitas que las tristezas ni ninguna situación nos quiten el deseo ardiente y continuo de orar.  Que en todo tiempo como el salmista podamos vivir Tu gozo y… “cantar a Ti, gloria nuestra, y no estar callados.  Jehová Dios nuestro, ¡Te alabaremos para siempre!”  Amén (Sal 30.11-12).