Él y yo

4 de septiembre de 2017

2 Crónicas 35-36

 

«En el primer año del gobierno de Ciro, rey de Persia, este rey dio la siguiente orden a todos los habitantes de su reino: ‹El Dios de los cielos, que es dueño de todo, me hizo rey de todas las naciones, y me encargó que le construya un templo en la ciudad de Jerusalén, que está en la región de Judá. Por tanto, todos los que sean de Judá y quieran reconstruir el templo, tienen mi permiso para ir a Jerusalén. ¡Y que Dios los ayude!›. Ciro, rey de Persia, con esta orden se cumplió la promesa que Dios había hecho por medio del profeta Jeremías».

2 Crónicas 36.22-23 (NVI)

 

Dios siempre será mucho más de lo que alcancemos a comprender. Para los cristianos, en decir lo anterior y asentir en esa dirección existe consenso. Sin embargo, en situaciones concretas cuán empinado puede ser el camino que conduce al proceso de deconstrucción de nuestro yo para construirnos de Él. 

¡El final de 2da de Crónicas es sorprendente! Después de una serie de narraciones que incluyen elementos básicos y un resumen corto de la gestión de los reyes de Judá, el escriba nos comparte el decreto de Ciro rey de Persia. ¡Dios afirma su fidelidad a través de quien Él quiera!

Una y otra vez a través de las Escrituras nos encontramos con la nota feliz sobre aquellos y aquellas que se constituyen en servicio a Dios al margen de nuestra concepción. Para propósito de ejemplo podemos mencionar a: Rahab, Ruth la moabita, Cornelio el centurión, la sierva de la esposa de Namán, el niño del relato de la multiplicación de los panes y los peces, entre otros. Entre ellos, algunos con nombres, pero de cuestionada reputación. También los extranjeros fieles y comprometidos. Otros, figuras de autoridad, pero humildes ante la Autoridad Suprema y, por último, personajes sin nombre con un corazón de servicio siempre presentes en la mente de Dios. 

A pesar del desprecio y la burla del pueblo hacia sus mensajeros, «Dios amó a su pueblo y a su templo, y les envió muchos mensajeros para llamarles la atención». De tal manera fue su amor y su compromiso que más allá de los reyes del linaje de David, cumplió su promesa a través de un rey extranjero quien reconoció a Dios como «El Dios de los cielos, que es dueño de todo». En adición, fue ese rey quien desafió para edificación al pueblo de Dios: «por tanto, todos los que sean de Judá y quieran reconstruir el templo, tienen mi permiso para ir a Jerusalén. ¡Y que Dios los ayude!».

De niños lo cantábamos: «¡Cuán grande es el amor de Dios!». Tan grande que, superando toda comprensión humana, el cumplimiento de la promesa se hizo visible en cuerpo de hombre para vida y salvación. 

Oración

Señor, ayúdanos a deconstruir nuestro yo para ver el alcance de tu amor. En el nombre de Aquel que es Camino, Verdad y Vida. Jesucristo el Señor. Amén.