“El fruto esperado”

16 de enero de 2017

Santiago 3

 

«Hermanos míos, ¿acaso puede dar aceitunas una higuera o higos una vid? Pues tampoco una fuente de agua salada puede dar agua dulce».  Santiago 3:12 (RV 1960)

 

Tuve la oportunidad de ser maestra de preescolar por muchos años.  Recuerdo muy vívidamente la escena de niños cargando en sus tiernas manos sus semillitas recién plantadas.  Éstas, habiendo sido sembradas la noche anterior ya mostraban señales de germinación.

Los niños estaban realizando uno de los experimentos científicos más populares y sencillos: la siembra de un grano de habichuela en un algodón húmedo; aventura que disfrutamos la mayoría de nosotros estando aun en el jardín de infantes.  Era grato ver sus caritas emocionadas, en especial a los pocos días, cuando emergía de aquel grano el largo y delgado tallo de una nueva plantita.  Ninguno de ellos esperaba otra cosa que no fuera una matita de habichuelas.  Después de todo, eso era lo que habían sembrado.  Está comprobado que lo que se siembra es lo que se cosecha en muchos aspectos de la vida, pero en especial en la agricultura.

La escritura nos confronta varias veces con esta realidad y así lo hace también el escritor de esta carta.  Su preocupación principal era la fe de los destinatarios.  Él temía que la fe de ellos se convirtiera en una fe teórica o abstracta, que no se tradujera en acciones acordes con el evangelio de Jesucristo.  Para él, el evangelio debía tener consecuencias concretas en la transformación del carácter y la vida del creyente.  Si alguien se jactaba de conocer mucho acerca del evangelio, debía demostrarlo, no jactándose de su conocimiento, sino por medio de sus frutos.  Esos frutos debían ser acordes con la semilla que había sido sembrada en sus corazones.  Igual que de una fuente no pueden brotar agua dulce y salada a la vez, tampoco de una semilla puede nacer una planta distinta a la que se ha sembrado.

En el caso del evangelio y de nuestras vidas, los frutos esperados son: el amor, la misericordia, la pureza, la paz, la mansedumbre, la benignidad y el dominio propio.  No se espera de nosotros un fruto distinto, pues esa es la esencia del evangelio.  Así que demos el fruto esperado en el nombre y para la gloria del Señor.

 

Oración

Señor, hoy Te doy gracias por un nuevo día y una nueva oportunidad de testificar con mi vida acerca de Tu amor.  Te pido que me ayudes cada día a dar frutos dignos de Tu evangelio, de manera que otros puedan conocer acerca de Tu amor a través de mí.  Te lo ruego en el nombre de Tu Hijo Jesús.  Amén.

Autor: Migdalis Acevedo