Camino del Gólgota

21 de julio de 2016

Juan 19.17-42

«Y Él cargando su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, y en hebreo Gólgota» (Juan 19.17).

La rutina de la crucifixión siempre era igual.  Una vez se había escuchado el caso y se había condenado al criminal, el juez pronunciaba la sentencia final: «Ibis ad crucem», irás a la cruz.  La sentencia se cumplía en ese mismo momento.  Se ubicaba al sentenciado en medio de un «quaternion», una compañía de cuatro soldados, y se colocaba la cruz sobre los hombros.  Con frecuencia empujaban al condenado, ya que regularmente se caía por el peso de la cruz.  En frente iba un oficial con un rotulo donde describían el crimen.  Se le llevaba por la mayor cantidad de calles posibles.  Esto se hacía por dos razones: para que lo viera el mayor número de personas y entendieran que merecía el castigo.  También, para qué si alguien tenía algo que testimoniar a favor, lo hiciera.  En ese caso, se detenía la procesión y se le volvía a juzgar.

Jesús, cargó su cruz.  Recorrió las calles, lastimado y sangrante, con la carne hecha girones por los azotes recibidos.  Iba en dirección al Gólgota.  ¡Cuánta crueldad representaba la cruz!  ¿Cómo es posible que un instrumento y símbolo de maldición, tortura y muerte se haya convertido en símbolo de esperanza y vida eterna?

Muchos sufrieron muerte de cruz; pero ninguno de ellos pudo transformar su significado.  Posiblemente, hubo gente inocente que cargó su cruz.  Mas ninguno de ellos gustó la muerte por otros, poseyendo la verdad en sí mismo.  Jesús tenía el poder para pedir legiones de ángeles en su defensa, no lo hizo.  Tomó la cruz como un acto voluntario de amor, por ti y por mí.

 

Oración

Bendito Salvador, que gustaste la muerte por mí, permite que hoy yo asuma mi cruz con valentía.  Que en medio de mis luchas pueda recordar que cada paso que diste, lo hiciste por amor.  Que hoy muchos puedan meditar en tu gran sacrificio y amor por la humanidad.  En Jesús, amén.

Autor: Rvda. Patria Rivera