Muy amados en el Señor, la acostumbrada celebración del Día de Acción de Gracias tiene sus raíces en una cena en Plymouth Rock. Pero mucho antes de que el Mayflower llegase a las costas de los Estados Unidos, la gracia de Cristo llegó a las costas de toda la humanidad. Nuestra acción de gracias no encuentra criterios en la mesa con pavo, sino en la mesa que sirve el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

El apóstol Pablo, hablando de este hecho, dice: «Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que vosotros es partido; haced esto en memoria de mí».

La traducción de Reina Valera de «habiendo dado gracias» corresponde a una sola palabra en griego: eucharistesas. De esa raíz viene eucaristía, que significa acción de gracias.

Es transformadora

En la cena Jesús no solo da gracias a Dios, también imparte su gracia a los que escuchan y reciben los elementos. La verdadera acción de gracias siempre da gloria a Dios y bendice a los que están a nuestro lado. Los transforma.

Para la Iglesia católica lo que se transforma es el pan y el vino. Realmente, los transformados en pan y bendición para el mundo, somos nosotros. Dios no se hace presente en los elementos, sino que por su Espíritu Santo se hace presente en el corazón de quien recibe la gracia divina y se transforma en agente de esa gracia para los demás. Damos por gracia lo que hemos recibido por gracia.

En la verdadera acción de gracias el dolor personal es transformado en consuelo de muchos. «Esto es mi cuerpo que por vosotros es partido». Reconoce la presencia del Padre en los eventos pasados y futuros que encarnan dolor, amargura y frustración. El siervo sufriente reconoce a Dios en su sufrimiento y lo transforma al levantarlo y darle gracias al Creador. Cuando un creyente ofrenda acción de gracias por un momento de dolor, reconoce que Dios está cerca, que nunca le ha abandonado. Cuando damos gracias a Dios por un dolor, ese dolor es el dolor de Cristo. Ese sufrimiento, es el sufrimiento de Cristo y la acción de gracias lo transforma en un evento de Dios que consuela a otros.

Yo recuerdo haber entonado muchas veces en mi juventud un himno que decía: «Fácil es cantar cuando reina la paz, pero en el dolor, es mejor cantar».

Es fácil solo ver demonios cuando colgamos de una cruz. Pero es mejor mirar al cielo, creer que Dios está con nosotros y decir: «Padre perdónalos, que no saben lo que hacen». La acción de gracias no siempre es fácil, pero la acción de gracias siempre nos transforma.

Se da en el momento. La noche que fue entregado

La Palabra nos insta a dar gracias «en todo». En todo significa, entre otras cosas, en el momento. Henry Mathews, el reconocido exégeta bíblico una vez fue asaltado por unos ladrones que le llevaron su cartera con todo su dinero. Ese mismo día el escribió las siguientes palabras en su diario personal. «Quiero en primer lugar dar gracias porque nunca antes había sido asaltado. En segundo lugar, doy gracias porque solo se llevaron la cartera y no la vida. En tercer lugar, doy gracias porque, aunque se lo llevaron todo, realmente no era tanto. Finalmente doy gracias porque fue a mí a quien robaron y no fui yo el que robó».

Lo que nos transforma es la gracia y no lo que entra por la boca

Alguien tiene que emitir la acción de gracias y alguien la debe recibir. Quien la recibe y quien la emite, son transformados. Porque para emitir la acción de gracias hay que superar los escollos de lo inmediato para ver la gloria de Dios aun en nuestros calvarios. Para recibir la acción de gracias hay que abrir el corazón. Una actividad de acción de gracias que no transforme es hueca y se distancia de nuestra eucaristía. Nuestra eucaristía culmina en acciones de gracias, actividad que da gloria a Dios y bendice al creyente.

Esto finalmente es lo que Francis Bacon dijo: «No es lo que los hombres comen, sino lo que digieren lo que los hace fuerte; ni son las entradas, sino lo que ahorramos lo que nos enriquece. No es lo que leemos, sino lo que recordamos lo que nos hace educados; no es lo que predicamos u oramos, sino lo que practicamos y creemos que nos hace cristianos».

Una cena puede ser solo una actividad biológica, pero también puede ser el escenario para impartir gracia. La diferencia la marcará nuestra actitud ante la necesidad imperante de dar gracias a Dios en todo y por todo.

Un aviador de la segunda guerra mundial estuvo cerca de un seguro desastre. Un roedor se había montado en el avión y estaba masticando los cables del control. Inmediatamente subió hasta que la atmósfera era muy baja para el ratón y así lo mató. Decía un predicador sobre este evento: «La preocupación es un roedor. No puede vivir en las alturas de la fe. No puede respirar en la atmósfera de la oración y de la alabanza». Hay alturas divinas en la acción de gracias que da gloria a Dios y bendice a quien la escucha.

Este año, elevémonos por encima de lo temporal y vivamos en la mesa que el Señor preside, una llena de verdadera Acción de Gracias. ¡Que así nos bendiga el Señor!